sábado, 10 de noviembre de 2012

La pradera II







La pradera II

Las nubes en jirones se alzaban sobre las olas negras, con su resplandor la luna hacía refulgir la espuma, el mar picado parecía querer tragárselo todo, nada había excepto aquella negrura rota por los grises, pero en el fondo se podía vislumbrar un débil y titilante resplandor.Todo negro. Solo una chispa. Todo agua y en el fondo una ciudad hercúlea,  bordeada en toda su inmensidad por un bosque también colosal, excepto por una sola entrada en la que se ubicaba un inmenso arco, sin puertas, sin guardia, nada parecía tener sentido allí. Miles de humanos, rodeados de luz, ¡no! , la luz los envolvía, refulgía de su interior, vivían, hablaban, convivían, amaban, en la ciudad de luz. Porque no solo los humanos brillaban cual luciérnagas en una noche estival, si no que todo centelleaba, como una pulsación nacida del más impenetrable de los recovecos.

Algunos incluso se besaban, otros gritaban algunos arrastraban algo negro tras de si, como la estela de un barco. Unos eran altos, desmesuradamente altos, otros cual hadas se movían entre los demás esparciendo alegría y éxtasis, unos pocos eran bajos, regordetes y todos tenían los ojos negros, su luz era tenue casi exangüe. Caminé durante horas, tal era la sensación de quietud, de orden imperecedero, muchas cosas vi y oí pero ninguna como dos amantes en su delirio, postrados en el suelo y retratados eternamente cual fotografía.  No podían verme, me movía entre ellos como una sombra, aunque  más bien parecía como si poco a poco la luz se me fuese pegando, adhiriendo a la piel. Me sentía bien, todo  empezaba a cobrar sentido, como si hasta ese momento hubiese estado durmiendo y me levantase de la peor resaca que jamás hubiera tenido. Todo era luz.


Todo era luz. Solo una duda. Todo se desvaneció. Huyó.


Todo era frío, sentía el peso de mi cuerpo, la piedra dura y aún más fría que el aire que me rodeaba. Estaba  postrada en el suelo, podía oír el mar pero mi mente no asimilaba que ya no estaba dentro de él. Me levanté y me dirigí hacia la arena, estaba en la cima de un montículo de aproximadamente veinte metros cuadrados de superficie y otros veinte o quizás más de descenso hasta la playa, era de granito, como si llevase allí en ese mismo lugar decenas de eras, esperando, paciente el fin del tiempo. La arena era de un color oscuro, pero parduzco, su aspecto era de limo y su tacto tanto o más repulsivo, había decenas de huesos de muchos tamaños y millones de conchas poblaban la playa. Parecía un cementerio o lugar sagrado para los animales del mar y de la tierra, no comprendía qué hacía yo allí, era todo muy confuso. Anduve largo y tendido hasta hallar un sendero que se internaba tierra a dentro, tuve miedo y dudé pero seguí adelante, la maleza me rodeó nada más traspasar la línea de playa, los arboles parecía que se me echaban encima, queriendo impedir mi avance, mas era inexorable y apremiante que siguiese adelante costase lo que costase, un deseo recién descubierto en mi espíritu que lo parecía abarcar todo me instaba a seguir. Por fin se acabó mi deambular, una inmensa puerta suspendida en medio de la nada, la cual pareciera que encajara a la perfección en los arcos de la ciudad de luz, no tenía la menor idea de cómo las atravesaría pero anduve decidida a ella, casi tropezando con mis pies cansados al principio hasta convertir mi trote en la más apremiante de las carreras, como si el mismísimo diablo fuera tras de mí, me lance hacia ellas esperando destrozarme la crisma en el intento.


Una idea iluminó mi mente, todo era luz, si lo creía de veras, todo era luz.


El calor volvió a inundarme, pero sentí dolor, había tenido ese sueño extraño, en el revelada la mejor de las epifanías, pero sentía dolor, en el pecho, algo me oprimía y tenía que librarme de el, si no no podría ver el maravilloso mundo que había tras la puerta, esta parecía alejarse más y más.

¡Todo es luz! ¡Maravillosa luz! Ya no tengo dolor, la gente me abraza, ya estoy en paz.Pero un día regresaré y sentiré de nuevo ese inquebrantable deseo de búsqueda dentro de mí.



...Peregrina de las Estrellas...

viernes, 10 de febrero de 2012

Renée Vivien






Te arrojaba la sombra efluvios de agonía.
El silencio se hizo turbador y anhelante.
Escuché un susurrar de pétalos rosados.
Lirio entre lirios, blanco, se me mostró tu cuerpo.
Sentí de pronto indignos los toscos labios míos.
Mi alma cumplió un sueño conmovido: posar
en tu encanto, que sabe retener tanta luz,
el tembloroso hálito de algún místico beso.
Desdeñando los mundos que el deseo encadena,
gélida mantuviste tu sonrisa inmortal:
Sobrehumana y extraña resiste la Belleza
y exige la distancia radiante del altar.
En torno a ti, esparcidos, sollozaban los nardos
y tus senos se erguían, intactos y orgullosos.
Quemaba en mi mirada el doloroso éxtasis
que oprime en los umbrales de la divinidad.
 
El cohete
 
Vertiginosamente volaba a las estrellas.
Mi orgullo degustaba el triunfo de los dioses.
Desgarraba mi vuelo, jubiloso y nupcial,
Las tinieblas de estío como velos muy tenues...
Con fugitivo beso de himeneo, fui amante
De la Noche de pelo cuajado de violetas.
Las flores del tabaco me entreabrían sus cápsulas
De marfil donde, tibio, dormía algún recuerdo.
Vislumbraba más alta la Pléyade divina.
Ascendía...Alcanzaba el Eterno Silencio.
Entonces me quebré como un loco arco iris,
Arrojando fulgores de oro, de ónice y jade.
Fui el relámpago extinto y el sueño destruido.
Sabiendo del ardor, del esfuerzo en la lucha,
Del vencer, del espanto monstruoso de caer,
Fui la estrella caída que se apaga en la noche.
 
Tus pupilas azules, tus entornados párpados,
encubren un fulgor de confusas traiciones.
La emanación violenta, maligna de esas rosas
me embriaga como vino donde duermen venenos.
 
A la hora en que danzan, dementes, las luciérnagas,
y asoma a nuestros ojos el brillo del deseo.

En vano me repites las palabras de halago,
y te odio y te amo abominablemente.
 
Para probar que aun más que a mí misma la amo,
A la mujer que quiero le ofreceré mis ojos.
Le diré en tono tierno, jubiloso y humilde:
-He aquí, amada mía, la ofrenda de mis ojos.
Te entregaré mis ojos que tantas cosas vieron.
Tantísimos crepúsculos, tanto mar, tantas rosas.
Estos ojos -los míos- se posaron antaño
En el altar terrible de la remota Eleusis,
En la belleza sacra y pagana de Sevilla,
En la Arabia indolente y en sus mil caravanas.
Vi Granada, cautiva vana de sus grandezas
Muertas entre cantares y
perfumes muy densos.
La pálida Venecia, Dogaresa muriente,
Y Florencia que fuera la maestra de Dante.
La Hélade y sus ecos de un llanto de siringa
Y Egipto acurrucado frente a la gran Esfinge.
Junto a las olas sordas que sosiega la noche
Vi tupidos vergeles, orgullo en Mitilene.
He visto islas de oro en templos perfumados,
Y ese Yeddo y sus frágiles voces de japonesas.
Al azar de los climas, las corrientes, las zonas
Incluso vi la China y sus rostros amarillos.
He visto islas de oro donde el aire se endulza
Y sagrados estanques en los templos hindúes,
Templos donde perduran inútiles saberes...
¡Te regalo, mi Amada, todo lo que he mirado!
Y regreso trayéndote cielos grises y alegres,
A ti que te amo tanto, la ofrenda de mis ojos.
 
En el azur de abril, en el gris del otoño,
Los árboles poseen una gracia inquietante.
El álamo en el viento se retuerce y se pliega
Cual cuerpos de mujer trémulos de deseo.
Su gracia es un desmayo de carne abandonada
Y murmura su fronda, al soñar se estremece,
Se inclina, enamorada de las rosas del Este.
Lleva el olmo en su frente una corona pálida.
Revestido de claro de luna plateado,
El abedul deshila su cambiante marfil
Y plasma palideces en las sombras inciertas.
El tilo huele a ásperas y oscuras cabelleras.
Y desde las acacias de lejana verdura
Divinamente cae la nieve del perfume.

 
Los Seres de la noche y los Seres del día
Se reparten, por turnos, desde antaño mi alma.
Los Seres de la noche me hacen temer el día.
Pues los Seres del día son triunfantes y libres,
Ningún horror secreto hace vibrar sus fibras.
Tienen el mirar limpio de los que nacen libres.
Los Seres de la noche, lentos, pasivos, dulces,
Tienen alma de río sosegado y oscuro.
Sus gestos son furtivos y sus risas son dulces.
Mas los Seres del día tienen pupilas claras,
De ese azul que ve sólo un águila en su cielo.
El día da esplendor a pupilas tan claras.
Son los vívidos ojos de héroes y de reyes
Del Norte, que se ríen en sus palacios gélidos,
De reinas cuyas almas dominaron a reyes.
Los Seres de la noche son cautos: en la sombra,
Fósforo misterioso se enciende en su mirada.
Los Seres de la noche sólo habitan la sombra.
Los Seres de la noche, débiles, deliciosos,
Hacen errar, pues son amantes fugitivos,
Amantes con entrañas pérfidas, deliciosas.
Desvían, en el beso, su muy frígida boca
Y flaquea su paso como en un gesto huraño.
Sólo se bebe un beso mentido de su boca.
Temerás la atracción de los Seres nocturnos.
Pues su cuerpo flexible resbala entre los brazos
Y huye: su amor es sólo mentira de la noche.

Marguerite Yourcenar




Versos gnómicos

Te vi crecer como un árbol, eternidad inefable,
te vi endurecerte como un mármol, indecible realidad.

Prodigio cuyo nombre se me escapa, granito, para el cincel, inflexible,
felicidad compartida por el pájaro y por el agua que el perro bebe.


Secreto que hay que saber y callar, todo lo que dura es pasajero,
siento girar la tierra y el cielo de astros ligero.


Sonreíd, muertos bien acostados! Todo pasa y sin embargo dura,
las briznas de la verdura nacen del grano de las rocas negro.

 






La pradera I




La vi a lo lejos, tan solitaria como la luna, y yo tan vivaz como el sol, acudí a su lado, esperando besos, caricias y abrazos, solo encontré la paz en quedarme quieta y observarla una vez más, en deleitarme con la imagen esperada, añorada, deseada y gloriosa. Cuando al fin mis ojos se llenaron de lágrimas corrí hacia la indiscutible razón de ser libre y fiel a mí misma.


Calor, su suave tacto me invade, el aroma de su cuello es mi único mundo en esos instantes, no puedo evitar sentirme tan desesperadamente feliz que me duele el pecho. Es sin ninguna duda uno de los mejores momentos de mi existencia. Dolor, se separa de mí y me mira a los ojos, no puedo pensar nada, solo mirar esos ojos que me observan hasta lo más recóndito de mi alma.


¡Valor! ¡Valor! El amor se fue, ya no volverá, la guerra se lo llevó y yacer es la última esperanza.


¡Valor! ¡Valor! El invierno llega y la oscuridad puede ser total.



¡Valor!




Volví a ver por un instante aquel momento, vislumbre, casi rocé con mis dedos, la hierba de la pradera, aquel día de primavera, olí el aroma que desprendía al pasar, la ganja rodeándola, y la esperanza hincho mi pecho.



¡Valor! La realidad es que no hay tal pradera mas el sentimiento perdura y te busco, encontraré la pradera otra vez y te hallaré, tú no desesperes mi amor, el fénix vuela a casa.




…Peregrina de las Estrellas…




P.D: Pa mi alta greñua……..se hace poco dos añitos. Ti I love youuuuuu.