El silencio se hizo turbador y anhelante.
Escuché un susurrar de pétalos rosados.
Lirio entre lirios, blanco, se me mostró tu cuerpo.
Mi alma cumplió un sueño conmovido: posar
en tu encanto, que sabe retener tanta luz,
el tembloroso hálito de algún místico beso.
gélida mantuviste tu sonrisa inmortal:
Sobrehumana y extraña resiste la Belleza
y exige la distancia radiante del altar.
y tus senos se erguían, intactos y orgullosos.
Quemaba en mi mirada el doloroso éxtasis
que oprime en los umbrales de la divinidad.
Mi orgullo degustaba el triunfo de los dioses.
Desgarraba mi vuelo, jubiloso y nupcial,
Las tinieblas de estío como velos muy tenues...
De la Noche de pelo cuajado de violetas.
Las flores del tabaco me entreabrían sus cápsulas
De marfil donde, tibio, dormía algún recuerdo.
Ascendía...Alcanzaba el Eterno Silencio.
Entonces me quebré como un loco arco iris,
Arrojando fulgores de oro, de ónice y jade.
Sabiendo del ardor, del esfuerzo en la lucha,
Del vencer, del espanto monstruoso de caer,
Fui la estrella caída que se apaga en la noche.
encubren un fulgor de confusas traiciones.
me embriaga como vino donde duermen venenos.
y asoma a nuestros ojos el brillo del deseo.
En vano me repites las palabras de halago,
y te odio y te amo abominablemente.
A la mujer que quiero le ofreceré mis ojos.
-He aquí, amada mía, la ofrenda de mis ojos.
Tantísimos crepúsculos, tanto mar, tantas rosas.
En el altar terrible de la remota Eleusis,
En la Arabia indolente y en sus mil caravanas.
Muertas entre cantares y perfumes muy densos.
Y Florencia que fuera la maestra de Dante.
Y Egipto acurrucado frente a la gran Esfinge.
Vi tupidos vergeles, orgullo en Mitilene.
Y ese Yeddo y sus frágiles voces de japonesas.
Incluso vi la China y sus rostros amarillos.
Y sagrados estanques en los templos hindúes,
¡Te regalo, mi Amada, todo lo que he mirado!
A ti que te amo tanto, la ofrenda de mis ojos.
Los árboles poseen una gracia inquietante.
El álamo en el viento se retuerce y se pliega
Cual cuerpos de mujer trémulos de deseo.
Y murmura su fronda, al soñar se estremece,
Se inclina, enamorada de las rosas del Este.
Lleva el olmo en su frente una corona pálida.
El abedul deshila su cambiante marfil
Y plasma palideces en las sombras inciertas.
Y desde las acacias de lejana verdura
Divinamente cae la nieve del perfume.
Se reparten, por turnos, desde antaño mi alma.
Los Seres de la noche me hacen temer el día.
Ningún horror secreto hace vibrar sus fibras.
Tienen el mirar limpio de los que nacen libres.
Tienen alma de río sosegado y oscuro.
Sus gestos son furtivos y sus risas son dulces.
De ese azul que ve sólo un águila en su cielo.
El día da esplendor a pupilas tan claras.
Del Norte, que se ríen en sus palacios gélidos,
De reinas cuyas almas dominaron a reyes.
Fósforo misterioso se enciende en su mirada.
Los Seres de la noche sólo habitan la sombra.
Hacen errar, pues son amantes fugitivos,
Amantes con entrañas pérfidas, deliciosas.
Y flaquea su paso como en un gesto huraño.
Sólo se bebe un beso mentido de su boca.
Pues su cuerpo flexible resbala entre los brazos
Y huye: su amor es sólo mentira de la noche.